
La flor de Inírida, herbácea endémica de sinigual belleza, será la insignia de la COP-16 y se ha convertido desde ya en el símbolo universal de un propósito que nos convoca a unirnos para asumir, como una responsabilidad compartida, la defensa del patrimonio de nuestra biodiversidad.
Esa especie, que debe su nombre a la capital del Guainía, inspira con razón el orgullo que experimenta el gobernador del departamento, Arnulfo Rivera, cuando recuerda que imágenes satelitales recientes muestran a su tierra como una de las mayores reservas de agua y oxígeno en el mundo. Por eso hay quienes dicen que esa hermosa tierra es al oxígeno lo que Arabia Saudita es al petróleo.
La riqueza medioambiental de nuestro país no se ubica exclusivamente en la Amazonía, y bien supo destacarlo el gobernador de Córdoba, Erasmo Zuleta, quien ha emprendido un comprometido llamado por la protección y conservación de la Ciénaga de Ayapel que, con sus más de 54.000 hectáreas, fue reconocida como uno de los más importantes cuerpos de agua Ramsar en el mundo. Ramsar -nombre de la ciudad iraní donde hace 53 años fue firmado el Convenio Sobre Humedales- es hoy sello distintivo de un recurso protegido para la humanidad, específicamente en lo referente a humedales costeros y de interior de todo tipo.
Sin embargo, esa muestra de nuestro invaluable capital ambiental, que nos invita a reordenarnos territorialmente alrededor del agua, contrasta dramáticamente con las realidades sociales que se viven en varias de nuestras regiones. En un país como el nuestro, hipercentralista e hiperpresidencialista, 12.5 millones de personas no tienen conexión al alcantarillado y cerca de la mitad de ella, según cifras del DANE, no cuentan con soluciones adecuadas para el manejo de aguas residuales.
Ese panorama hace imperioso pensar en la protección de las macro y microcuencas y en modernizar el manejo de aguas residuales y de las residuos sólidos. Qué bueno sería replicar ejemplos tan valiosos como el de Barranquilla, donde se tendrá el parque tecnológico más grande del país para la producción del biogás en el área dispuesta para la disposición. El adjetivo “imperioso” se justifica porque, en menos de tres años expirarían las licencias del 40% de los rellenos sanitarios del país.
En el Encuentro de Gobernadores “Rumbo a la COP-16: ¡Unidos por el agua y la biodiversidad”, celebrado en el departamento del Tolima, puntos de reflexión como los enunciados condujeron a ideas sustanciales para nutrir, desde la perspectiva regional colombiana, la agenda de la Conferencia de las Partes de la ONU que desde el próximo 21 de octubre captará la atención del mundo.
Hay razones de peso para impulsar la creación de un Fondo de Cooperación Internacional con el objetivo específico de garantizar la preservación y conservación de nuestra biodiversidad.
En ese mismo campo, tiene lógica proponer que parte importante de los excedentes de regalías, que hoy maneja el Gobierno central, sean destinados a proyectos de preservación; y que de la misma manera como existe una fuerte legislación contra la trata de personas, podría concebirse otra para castigar la trata de especies de la naturaleza.
La COP-16 nos invitará a prepararnos mejor para cuidar de esta casa común que es el mundo, en una época en la que proliferan los riesgos y esta es víctima incluso de las economías ilegales. Como bien dijo Alberto Menguino, jefe de Cooperación de la Unión Europea en Colombia, no existen los desastres naturales, sino los fenómenos naturales que pueden convertirse en desastres sino no adoptamos la prevención y la atención necesaria. El éxito para Colombia y nuestras regiones, es que se territorialicen los acuerdos y oportunidades que resulten de la COP-16, solo así los esfuerzos que se están realizando para este evento tendrá sentido para el país.