
Octubre es un mes de cálculos y proyecciones en materia de recursos públicos y desde ya ese ejercicio arroja previsiones halagüeñas para el sector educativo: en enero próximo estarán disponibles en la bolsa de Asignación para la Ciencia, Tecnología e Innovación, del Sistema General de Regalías, 5,5 billones de pesos correspondiente a los recursos sin ejecutarse en el bienio actual y la proyección de ingresos para el bienio 2025-2026. La cifra, equivalente a casi el 2 por ciento del total del presupuesto general de la nación, requerirá de un manejo estratégico y racional para ampliar la oferta académica superior a los jóvenes en las regiones.
Hay que actuar con pragmatismo porque debemos generar un equilibrio entre los proyectos de publicaciones en revistas indexadas con iniciativas guiadas por la innovación, que permitan adaptar los nuevos modelos educativos a las necesidades específicas de los territorios. Si lo logramos, crearemos los incentivos para que los 3,1 millones de jóvenes que están en el campo (el 25% del total de esa franja de la población) desistan de la idea de ir a prepararse en las grandes urbes y encuentren en su propio entorno una oferta educativa de calidad.
Las realidades impuestas por el hipercentralismo son palmarias. Las entidades territoriales reciben competencias que desbordan sus capacidades presupuestales y mientras ello ocurre, hoy solo el 34% de los 1.103 municipios del país están en condiciones de generar una oferta educativa superior a quienes ya terminaron su formación media.
Si logramos generar equilibrio entre ampliación de oferta y la disposición de recursos financieros, es muy probable que a la vuelta de una década estemos en condiciones de invertir un punto del PIB en la educación y de hacer de ella la gran barrera virtuosa para contener la migración de jóvenes del campo hacia las ciudades y garantizarles una formación calificada y a tono con las necesidades de un país que envejece a ritmo vertiginoso.
En ese escenario la innovación debe ser considerada como el producto de mayor necesidad para surtir integralmente la canasta educativa. El componente financiero es su principal aliado y eso ya lo entiende, por ejemplo, la banca privada porque, como bien lo explicó en el foro Impacto de la Educación posmedia en el desarrollo productivo y la competitividad de las regiones el vicepresidente de innovación de Davivienda, Óscar Rodríguez, se requiere de generar valor económico y mentoría en beneficio de la formación cualificada de nuestros jóvenes en las periferias.
Le asiste razón a Wei-maa Hung, cofundador de la Fintech Educación Estrella, cuando afirma que la financiación de la educación ya no es solo un problema de los jóvenes y sus familias, sino del Estado y de potenciales aliados dispuestos a invertir. Sólo así será posible convertir a la educación en lo que la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, Yesenia Olaya, llama la gran columna vertebral y en la plataforma para que un nuevo talento humano se apropie del desarrollo. No existe una fórmula distinta para detener lo que su colega de Educación, Daniel Rojas, llama “apartheid educativo” para referirse a un sistema que no puede seguir generando inequidad.
El acceso a la tecnología no es un asunto marginal. Como acota el ministro de las TIC, Mauricio Lizcano, la educación por sí sola no resuelve por sí sola el problema del desarrollo, sino que necesita aliarse con la tecnología a través de los canales de la conectividad.
Hay que hacer la tarea de integración y el fortalecimiento de la oferta educativa, sumada a las disponibilidades financieras y apoyada en la tecnología de la innovación.